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La Famosa Patota Cultural


Como una forma de desprestigiar la incursión de los trabajadores de la cultura en el mundo de la política, ciertos espíritus reaccionarios coincidieron en referirse al grupo que acompañó el reingreso de Argentina al camino de la democracia, con el apelativo de la "patota cultural".
Lamentablemente, y desde mi punto de vista, fueron más las decepciones que los logros, más las frustraciones que las satisfacciones, a punto de considerar mi incursión en la política (fui en dos ocasiones Coordinador de Gabinete de la Secretaría de Cultura de la Nación), como un exitoso fracaso...
El único mérito que pude aquilatar, fue que en las dos ocasiones que estuve, y con el mismo cargo, (1983/84 y 1988)... me echaron. Y dada la jerarquía administrativa y la calidad operativa del primero y el último secretario de cultura del alfonsinismo, considero un logro en mi carrera de administrador cultural, haber sido expulsado de la función pública con iteración.
(Años atrás, durante la gestión socialista del intendente Fabrizio, el mediocre secretario de gobierno y portador de nombre y apellidos ilustres, don Teodoro(h), un geronte someramente lustrado que lamentablemente no obtuvo ningún elemento genético de su capacitado padre, se encargó de sacarme de mi cargo de Director de Cultura de mi ciudad natal, Mar del Plata. Sin saberlo, su decisión me prestigiaba porque mrcaba un absimo entre mi gestión y la de él. el tiempo se encargó de poner las cosas en su lugar. En la revista Noticias y Protagonistas del 1º de septiembre de 2002, el periodista Juan Pablo Neyret afirma que "En 1982, el por entonces secretario de Gobierno de la comuna durante el comisionato de Luis Fabrizio, Teodoro Bronzini (h), apartó de su cargo al mejor director de Cultura que haya tenido Mar del Plata en las dos últimas décadas, Luis Alberto Melograno Lecuna. La razón era muy simple: Cultura corría a doscientos mientras la Municipalidad iba a veinte...
Aquí alcanzo a distinguir, entre otros, a Juan Carlos Dual y China Zorrilla (al fondo a la izquierda), Beto Brandoni (un "santo" que no figura en mi devocionario), Magdalena Ruiz Guiñazú, Marta Bianchi, Onofre Lovero, Eduardo Belgrano Rawson tapado por Diana Maggi, el descontracturado Pacho O'Donnell en el suelo, mi esposa Fátima de brazos cruzados, yo y a mis pies María Herminia Avellaneda, la querida María Ester de Miguel y la historiadora María Sáenz Quesada (ambas tapadas por la cabeza quemada de Javier Torre, y adelante de él, el flasheado Marcos Aguinis)
En esta foto estamos en mi casa, muy atentos escuchando a quien era entonces el candidato a Presidente de la Nación y contrincante de Carlos S. Menem, un cordobés que usaba un lápiz rojo y que quizás por sanidad mental ya ni recuerdo su nombre, y al que posteriormente el ingenio popular bautizó "aloe vera", porque "cuando más lo investigaban, más propiedades le encontraban..."
Faltan muchos integrantes de la "patota cultural", como nos llamaba entre otros Sergio Velazco Ferrero: Manolo Antin, Ricardo Wullicher, Mirta Arlt (la hija de Roberto), el "Chani" Inchausti, y quien a mi juicio, es uno de los más lúcidos intelectuales argentinos, y quien debía haber sido el Secretario de Cultura de la Nación en 1983: Luis Gregorich. Pero ente gallos y medianoches, apareció Brandoni, se lo "chamuyó" a Alfonsín a favor de su amigo, que era alguien con mucha chapa como dramaturgo pero un inepto total como administrador cultural, que encima no había participado en las elaboraciones de las comisiones del Centro de Participación Política, agrupación que nos nucleaba. este nefasto personaje le dediqué un relato que fue publicado en el libro "Colecticia Borgesiana": "El indigno reemplazante Carlos Ortigazos".
Allí cuento los avatares de los hombres y mujeres de la cultura en la función pública a principios de la decada del ochenta, cuando todos compramos el discurso de la ética y la transformación social y cultural del país que proponía el discursista Raúl Ricardo.