sábado

Mis Tres Padres


Mi papá Carlos, mi mamá Chichita, y mi papá Alberto

Una persona que pretende ser original, creativa e innovadora y por ende asume un destino acorde, necesariamente debe contar desde su más tierna infancia, desde las primeras hojas que se escriban en el libro de su vida, con ciertos aspectos distintivos, con características peculiares que lo diferencien de lo convencional.
Por eso y sin lugar a dudas, haber tenido dos padres y una madre, es un dato autobiográfico inicial que nutre y consolida el espíritu de lo antedicho.

Carlos Lecuna fue el novio de infancia de Chichita Rojas, siendo éste un noviazgo tan puro y platónico como el que podían tener los niños de antaño.
Pero el destino quiso que la joven se casara con Alberto Francisco Melograno, cuando Carlos -convencido en esa época de sus ideales patrióticos- fue a servir a la Patria al lejano sur, en el único ámbito donde se desenvuelven los verdaderos soldados, a juzgar por su arrojo y determinación: la Infantería de Marina.
La historia de Chichita (lejos estaba ella de saberlo), superaría la más fecunda fantasía, sería más increíble que la más imaginativa de las ficciones.
Alberto Francisco, su primer marido, tenía los días contados, cosa que ella desconocía por completo, como también lo desconocían los padres del muchacho, quienes conformaban una típica familia italiana que a fuerza de grandes esfuerzos había logrado hacerse de un muy buen pasar económico.

La bomba de tiempo se llamaba reumatismo cardioarticular, la enfermedad que "lame las articulaciones y muerde el corazón". Una estúpida angina, una amigdalitis, suele ser el inicio: el estreptococo se instala y sus toxinas pasan a la sangre, inflamando las articulaciones y lesionando de muerte las válvulas cardíacas. Una enfermedad letal para una época en la que aún no se comercializaba la penicilina.
Alberto Francisco Melograno, murió a los veinticinco años, a los cinco meses de haberse casado con Chichita, sin saber que iba a tener un hijo, arrojando las jeringas con analgésicos contra la pared de su habitación, porque no le calmaban los dolores que sentía en su cuerpo.
Carlos volvió a Mar del Plata tiempo después, desilusionado de las fuerzas armadas, porque el premio que le correspondía por ser el mejor de su promoción, (un viaje alrededor del mundo en una de los buques insignia), se lo otorgaron a otro camarada de armas, oportunamente relacionado con la cúpula del poder militar de entonces.
Sentado cerca de la vidriera de un bar del barrio Don Bosco junto a unos amigos, Carlos vio pasar por la vereda de enfrente a una persona a quien inmediatamente reconoció. Era Chichita, vestida de negro como lo exigían las familias italianas, caminando lentamente, llevando de la mano a un pequeño que no llegaría a los dos años de edad.
Está visto aquello de que "el primer amor nunca se olvida", máxime si es el amor puro e inmaculado de la primer infancia, ese que siempre está rodeado del halo de los fantástico y maravilloso. Carlos sabía que ella se había casado y enviudado, y que había tenido un hijo, pero de saberlo a verlos, había un trecho diferenciado por la emoción.
El amor era tan grande, que incluso logró doblegar el lógico rencor del hombre de algún modo despechado, el ancestral machismo exacerbado en un hombre con formación prusiana, el que ella no lo haya esperado, el que hubiera tenido un hijo con otro.
Sin siquiera pensarlo, salió del bar y cruzó la calle. La mirada de ese niño con sus inmensos ojos celestes borraron cualquier atisbo de enfado. A partir de ese momento, Carlos Lecuna supo que sería definitivamente el verdadero y único padre de ese pequeño.